Hoy no
quiero escucharte. Hace frío, dormí poco y me duelen los tímpanos de oír música
por auricular. Hablé; pero no dije. Me duele el significado de tanto decir sin
contar nada. No voy a charlar tampoco. Las noches así no son auspiciosas a
largas conversaciones, ni invitan a entender algo nuevo. Voy a apagar las
luces, así no vemos claro. Me duelen los ojos de mirar pantallas, números y
estaciones de subte. O, mejor, voy a prender el fuego y apagar las luces. Así
nos rebajamos un tono, y nuestros cuerpos cambian. No quiero sillones, ni camas,
ni sillas, ni colchones, porque verdaderamente no quiero acomodarme a nada. El
piso está bien. ¿Lo sentís? El frío se está yendo. Ahí donde estás es perfecto,
no te muevas, no es necesario. Yo no me voy a mover tampoco.
No me
preguntes si estoy enojada con vos, o triste, o tengo miedo. No es nada de eso.
No es nada de nada, me desespera saberlo. Decirlo sólo lo etiqueta en mentiras,
no es algo que sirva en este momento. No tengas miedo. No te enerves, estás
torciendo todo el cuerpo. Pensá en el fuego. Él quema todos los malos
pensamientos.
Ahí, en las
llamas, voy depositando los recuerdos. Ellos se elevan en las lenguas del
fuego, y se convierten en un vapor leve. Mañana, cuando despierte, nada va a
dolerme. No digas que va a estar todo mejor, las cosas sólo siguen su errático camino.
Vamos a acostarnos. No apagues el fuego.
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