jueves, 14 de junio de 2012

Las manos


Hoy no quiero escucharte. Hace frío, dormí poco y me duelen los tímpanos de oír música por auricular. Hablé; pero no dije. Me duele el significado de tanto decir sin contar nada. No voy a charlar tampoco. Las noches así no son auspiciosas a largas conversaciones, ni invitan a entender algo nuevo. Voy a apagar las luces, así no vemos claro. Me duelen los ojos de mirar pantallas, números y estaciones de subte. O, mejor, voy a prender el fuego y apagar las luces. Así nos rebajamos un tono, y nuestros cuerpos cambian. No quiero sillones, ni camas, ni sillas, ni colchones, porque verdaderamente no quiero acomodarme a nada. El piso está bien. ¿Lo sentís? El frío se está yendo. Ahí donde estás es perfecto, no te muevas, no es necesario. Yo no me voy a mover tampoco.

No me preguntes si estoy enojada con vos, o triste, o tengo miedo. No es nada de eso. No es nada de nada, me desespera saberlo. Decirlo sólo lo etiqueta en mentiras, no es algo que sirva en este momento. No tengas miedo. No te enerves, estás torciendo todo el cuerpo. Pensá en el fuego. Él quema todos los malos pensamientos.

Ahí, en las llamas, voy depositando los recuerdos. Ellos se elevan en las lenguas del fuego, y se convierten en un vapor leve. Mañana, cuando despierte, nada va a dolerme. No digas que va a estar todo mejor, las cosas sólo siguen su errático camino. Vamos a acostarnos. No apagues el fuego. 

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